sábado, 7 de octubre de 2023

MEDITERRANEO (GABRIELE SALVATORES, 1991) (AVI)


DEDICADO A MI AMIGO XAVIER GRÀCIA

Me permito dedicarle este post a mi amigo Xavier Gràcia, que me pidió también esta película. Con él fui a verla cuando se estrenó en Barcelona, en un momento personal complicado, disfrutando de este film que nos narraba historias de vidas humanas en proceso de cambio, de adaptación, de sorpresa, de amor, de felicidad, de tristeza, de melancolía, de escapadas... Historias humanas que nos dejaban mucho mensaje y mucha reflexión. Ahora la verá, 25 años después, en otro momento convulso de su existencia (positivo afortunadamente) acompañado de otra persona con la que espero y deseo, desde lo más hondo de mi persona, que disfrute para siempre, como para siempre será nuestra amistad.

Dicho ésto, vamos a por la película:

Una idea básica para entender la película: la historia de la colonización a la inversa: los soldados italianos terminarán vestidos como los griegos.

MEDITERRÁNEO es una pequeña (gran) comedia italiana; cómica y cariñosa película deliciosa de ver, deliciosamente italiana. Quinta obra del director Gabrielle Salvatores y ganadora del oscar a la mejor película extranjera en 1991, así como de tres premios David di Donatelli.



Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de soldados italianos son desembarcados en una isla perdida del mar Egeo llamada Mighisti (la más grande), con las órdenes de observar movimientos del enemigo e informar al mando. Después de un accidente se quedan sin radio para poder ponerse en contacto con sus superiores; ahí comenzará la odisea particular de cada uno de ellos.



Con un inicio de ambiente bélico, la película da un giro impresionante —apenas han transcurrido las primeras escenas— que hace dibujar una sonrisa de complacencia y complicidad con lo que está sucediendo. Militares que no parecen militares (“usted es un tipo raro, ni siquiera parece militar“, le dice el pope ortodoxo al soldado con vena artística); hombres que son más hombres de lo que creían (el soldado que se enamora de la puta Vasilisa). Putas que lo son, y mucho, por obra y arte de la tradición: “mi madre ha sido puta, mi abuela fue puta, mi hermana es puta. Lógico que yo lo sea, ¿no?”.



Crítica recurrente a la falta de libertad o de cosas buenas en los regímenes totalitarios: “Con el fascismo, todas estas cosas están prohibidas”, comentan los soldados fumando la droga que les trae un turco que pasaba por ahí … (ese que les quita las armas y les deja la droga). Mujeres que saben disfrutar de su cuerpo: la chica pastora que incita y excita a los soldados, la que se deja tocar con la naturalidad más sorprendente... 



Mediterráneo puede ser también la historia de la colonización a la inversa: estos soldados italianos terminarán vestidos como los griegos y gustarán de la vida que llevan en aquella isla. Tanto les enamorará que volverán.



La película describe, de manera sutil, la capacidad humana de disfrutar la sencillez de los días, dejando atrás las grandes aventuras y los impedimentos de convivencia que establece lo religioso y lo militar. Las imágenes, la banda sonora, la historia, el turco, el partido de fútbol, la amistad, cuando les roban las armas y al encontrar otras, pasan de ellas... la conversación del masaje... Dedicada a todos aquellos que están escapando, reza al final.

Título: Mediterráneo 
Dirección: Gabriele Salvatores 
Guión: Enzo Monteleone
Reparto: Claudio Bigagli, Diego Abatantuono, Giuseppe Cederna, Vana Barba
Género: Largometraje de ficción 
Productores: Mario Cecchi Gori, S. Berlusconi etc. 
Duración: 96 minutos 
Estreno: 1991
País: Italia
Idioma: Italiano 
Título original: Mediterraneo

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sábado, 30 de septiembre de 2023

JACQUES TATI


Hoy os quiero presentar a otro de mis directores (y actor en este caso) fetiche y que me ha proporcionado los mejores momentos que ha pasado viendo cine. Se trata de, nada más y nada menos, JACQUES TATI. 


190 centímetros de talento silencioso: esa es la mejor descripción posible de Jacques Tati, un auténtico francotirador del séptimo arte que supo, como muy pocos han sabido, hacer una crítica mordaz de la patética y decadente sociedad en la que vivimos. Con un discurso discretamente anarquista, Tati nos lleva a destripar hilo a hilo todas aquellas miserias del ser humano, llevándolo a cabo con un hilarante hilo conductor, haciendo que al final de cada una de sus películas aparezcan en nuestras mentes muchos planteamientos y reflexiones.


Nacido en 1907, Jacques Tati se llamaba en realidad Jacques Tatischeff, y era hijo de un aristócrata ruso. Como, con ese nombre, lo tenía un poco difícil para triunfar en los escenarios, nuestro hombre decidió acortarlo para dedicarse a sus dos grandes pasiones: el rugby (llegó a jugar profesionalmente en los años 30) y la comedia sin palabras. En 1940, Tati debuta en los escenarios de París, cosechando un gran éxito... Hasta que su pareja escénica Herta Schiel se queda embarazada de él. Tati, en una decisión de la que se arrepentirá toda su vida, huyó de la ciudad dejando tiradas a la madre y a la hija.


Como en 1943, cuando Tati debutó como director con Día de Fiesta, el blanco y negro era aún la norma en el cine, nuestro hombre se propuso rodar la primera producción francesa a todo color. Todo habría sido perfecto… Si no fuese porque la empresa que le suministraba la película quebró antes del fin del rodaje. Tati había rodado simultáneamente en blanco y negro, para evitarse problemas, y tomó la decisión de colorear a mano los fotogramas, dejando aún así la mayor parte del filme en forma monócroma. Sólo en 1995 pudo verse una versión restaurada de Día de fiesta, tal y como su autor la había concebido.


Con su pipa, su gabán, su sombrero y su inenarrable torpeza, el señor Hulot es el personaje más característico de Tati. Y también la prueba más fehaciente de su amor por Charles Chaplin: en Las vacaciones del Sr. Hulot (1953), su debut en la pantalla, este petit bourgeois parisino atrapado en una colonia de vacaciones no pronuncia una sola palabra, sembrando el caos. La película, sin embargo, dista mucho de ser silenciosa, y en ella el sonido es un elemento clave para entender los gags. Tati logró su mayor éxito de taquilla, participó en la selección oficial del Festival de Cannes y fue nominado al Oscar. Según consignó en su momento André Bazin, Las vacaciones del Sr. Hulot es “la comedia más importante de la historia del cine desde los Hermanos Marx”.


En Las vacaciones del señor Hulot, Tati había dejado bien claro que la vida moderna no era lo suyo (y el tenis, todavía menos). Algo que confirmó sobradamente en Mi tío (1958), secuela en la que descubrimos que su héroe tiene familia… Y que dicha familia, amante de los gadgets electrónicos y con una casa más computerizada que las naves de 2001, no le puede ni ver, con excepción de su sobrinito. Agraciada con una banda sonora inolvidable, la película se llevó el Premio Especial del Jurado en Cannes y (esta vez sí) un merecidísimo Oscar. Si quieres iniciarte en la obra de Tati, te aconsejamos que veas Mi tío para empezar: como en el campo no se está en ningún sitio.


Siempre dispuesto a experimentar, Tati decidió tirar la casa por la ventana con su siguiente producción, Play Time. Y damos fe de que la tiró, porque la película casi le cuesta su carrera: el cineasta hizo construir unos enormes decorados urbanos (apodados “Tativille”) para así rodar el filme en 70 milímetros, un formato tan caro como infrecuente que le impidió distribuirlo a gran escala. Por otra parte, rodar todas las secuencias en plano general permitió escenificar múltiples gags al mismo tiempo… Con el efecto secundario de que, muchas veces, el público no sabía a qué rincón de la (enorme) pantalla debía mirar. Según el teórico Noël Burch, Play Time es “una película que no sólo hay que ver varias veces, sino también desde varios puntos de vista”, y según François Truffaut (quien no era, precisamente, el crítico más benévolo del mundo) “un filme hecho en otro planeta”. Huelga decir que, pese a su calidad, la película fue un fracaso, y sus nueve años (sí, nueve) de rodaje dejaron al director agotado, y arruinado.


Extenuado por el rodaje de Play Time, y arruinado por su batacazo comercial, Tati siempre afirmó que esa había sido su última película, y que Trafic (1971) la última aventura del Sr. Hulot, puede ser considerada casi como una precuela. Lo cierto es que Trafic pasó sin pena ni gloria, y no está considerada como la mejor de su filmografía, pero su posterior pase por filmotecas en la década de los 80 y su inclusión en numerosos canales de TV europeos, acabaron catapultándola al trono merecido siendo, a día de hoy, un film-fetiche para muchos cinéfilos y, sobretodo, para los amantes del automóvil.


Como último apunte, decir que en 1956, tras el éxito de Día de fiesta, Tati decidió remediar en lo posible un viejo error: el abandono de su hija Helga. A tal fin, el cineasta preparó en el más riguroso secreto un guión sobre un mago en horas bajas que entabla amistad con una niña, titulado El ilusionista. La familia del cineasta, aristocrática y conservadora, corrió un tupido velo sobre el escándalo, y Tati afirmó en su día que el proyecto estaba dedicado a su hija Sophie Tatischeff. Ahora, Helga (que nunca llegó a conocer a su padre) y los nietos ilegítimos de Tati acusan a Sylvain Chomet de echar tierra sobre el asunto, minimizando el contenido autobiográfico de la historia y volviéndola “un espectáculo nostálgico”. Trapos sucios aparte, a nosotros nos encanta seguir disfrutando de este señor con sombrero.


Hulot, con su desgarbado caminar, sus pantalones ridículos, su permanente paraguas, su pipa apagada, su balbuceo al hablar incomprensible... ¿Quién no quiere un tío como Hulot o a un tío como Hulot?



De Jacques Tati, os pfrezco sus cinco principales películas: JOUR DE FÊTE, LES VACANCES DE MR. HULOT, MON ONCLE, PLAYTIME y TRAFIC. Apuntar que la única que no está doblada al castellano es TRAFIC, porque me ha sido imposible localizarla en este formato, pero es suficientemente gráfica y gesticulante como para no tener ningún problema a la hora de entenderla. 

DISFRUTAD !!!







sábado, 23 de septiembre de 2023

EL JOVENCITO FRANKENSTEIN (MEL BROOKS, 1974)


DEDICADO A MI AMIGO XAVIER GRÀCIA

Mi amigo de Barcelona Xavier Gràcia me pidió esta película y, después de sondear diversos métodos para hacérsela llegar, he elegido éste, mi blog, para compartirla no sólo para él sino también para todos mis seguidores.

Recuerdo que vi por primera vez esta película de estreno, con mis padres a la tierna edad de siete años. Poco me acuerdo de aquella sesión, pero se me quedaron clavados varios de sus hilarantes momentos que después, con el paso de los años he podido revisar y disfrutar de nuevo.

EL JOVENCITO FRANKENSTEIN fue uno de los film cómicos más exitosos y recordados en la carrera de Mel Brooks, una película que nos permite hablar sobre la relación entre el género y la parodia.

El joven Frankenstein  fue co-escrita por Mel Brooks junto a su amigo, actor y protagonista, Gene Wilder (1933). El film es una parodia no sólo sobre la primera versión de Frankenstein, de James Whale, basado en la famosa novela, sino también sobre el periodo clásico del cine de terror que brilló en Hollywood durante los años treinta y cuarenta, como hice mención al inicio.


A diferencia del film de Whale, la película toma como punto de partida al excéntrico e histriónico doctor Frederick Frankenstein, nieto del famoso científico que dio vida al monstruo, y del cual reniega su parentesco al cambiar la pronunciación del apellido por “Fronkonsteen”. Cierto día, se entera que ha recibido la herencia de su abuelo, tras lo cual deberá viajar hasta su castillo en Transilvania. No me equivoqué. Dije Transilvania, bien sabemos que allí queda el castillo de su congénere Drácula, pero Mel Brooks, casi un adalid de la parodia, hace estas cosas de mezclar y homenajear a otro film de la época como fue Drácula (1931), de Tod Browing, que resultó igual de exitoso para la Universal.


El doctor Frankenstein se despide de su fóbica novia Elizabeth (Madeline Kahan) y llega a destino. Allí lo espera su ayudante, el jorobado Igor o Aigor, interpretado por un grande de la comedia inglesa, Martyn Feldman, aquel inolvidable humorista de ojos claros y saltones, con una voz también particular y reconocible. Ni bien se encuentran, el doctor Frederick Frankenstein, le dice: “¿Sabe? No quisiera ser impertinente, pero soy bastante buen cirujano. Quizá podría ayudarle con esa joroba”. A lo que Igor responde: “¿Qué joroba?”.


El doctor Frankenstein luego conocerá a su asistente de laboratorio, la bella Inga (Teri Garr), y al llegar al castillo lo recibirá la enigmática ama de llaves, Frau Blücher (Cloris Leachman), que ante el solo hecho de pronunciar su nombre, los caballos enloquecen.



Una vez allí, la historia de su abuelo vuelve a producirse como la recordamos, en las siguientes secuencias: el robo de un cadáver, la búsqueda del cerebro que resulta equivocado, la noche de tormenta en el laboratorio, la operación y el grito que todos conocemos: “It´s alive! ¡It´s alive!”. La criatura vive y el pueblo se horroriza del monstruo interpretado por Peter Boyle.



Los temas de la novela vuelven a surgir superficialmente: el hombre que desafia a Dios; la ciencia versus la naturaleza; la  moral puesta en juego ante la racionalidad; las consecuencias del avance tecnológico, etcétera.


Brooks, junto a esta suma de personajes bien delineados, recrea con acierto la estética de la época en relación al film original y también a las formas de hacer cine en los treinta. Para lograrlo opta por la película en blanco y negro, a fin de generar una atmósfera lúgubre de grandes contrastes entre luces y sombras, a partir de una estilizada fotografía de Gerald Hirschfeld. Si bien se emulan momentos de suspenso del film original, nunca se pierde de lado la comicidad, el absurdo, el doble sentido, la ocurrencia en los diálogos y los guiños autorreferenciales a cámara, que rompen con la transparencia del cine clásico. 


La banda sonora, a cargo del músico John Morris, fue escrita para el film, lográndose esa inconfundible melodía del violín que tranquiliza al monstruo. A la reconstrucción de época en el decorado general y el vestuario, se sumó el uso de gran parte de la utilería del laboratorio de la versión de Whale, donde se realizó una de las escenas más importantes y trascendentes del film. La puesta en escena, con sus delicados movimientos de cámara, el cierre del iris y el plano secuencia del comienzo, por nombrar sólo algunos ejemplos, funcionan como citas al estilo de realización de aquellos films del período clásico.

El joven Frankenstein no sólo está considerada dentro de las cien mejores películas cómicas americanas seleccionadas por el American Films Institute, sino que también fue elegida para su conservación en el National Films Registry de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.


Brooks logra rememorar y homenajear con cariño y respeto una tradición de films de terror del periodo clásico hollywoodense. A través del humor hace una reflexión sobre el tema del género y lo descontractura, le quita ese rigor taxativo y clasificatorio que lo caracteriza.

Bienvenida entonces la parodia a lo Brooks, cuando ella demuestra que los géneros pueden dialogar, mezclarse, y sentirse más libres cuando nada encaja ni nada resulta tan predecible y esperable a la imaginación.

Disfrutadla.

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sábado, 16 de septiembre de 2023

VENCEDORES O VENCIDOS (JUDGEMENT AT NÜREMBERG) (STANLEY KRAMER, 1962) (AVI)

Hoy toca una de esas películas-fetiche para mi, de las que no me cansaré de ver una y otra vez mientras viva. No en vano está protagonizada por algunos de mis actores favoritos: SPENCER TRACY, MAXIMILLIAN SCHELL, BURT LANCASTER, MONTGOMERY CLIFT, MARLENE DIETRICH y dirigida por uno de mis directores predilectos: STANLEY KRAMER.
Nuremberg, la ciudad que fuera capital del nacionalsocialismo, la que en 1934 celebró el sexto Congreso de Nuremberg organizado por el nazismo triunfante, tras la toma del poder, la misma ciudad que se convirtió en un gigantesco estudio y plató de cine, renovando su fachada para rodar "El triunfo de la voluntad (1935)", Leni Riefenstahl en esa misma ciudad, en 1948, un tribunal formado por las autoridades estadounidenses que vencieron en la Segunda Guerra Mundial se dispondrá a juzgar a un grupo de criminales de guerra nazis, los representantes de la ley durante el gobierno hitleriano: los jueces del III Reich, responsables de las atrocidades cometidas en la Alemania nazi.
El relato se centra en las acusaciones que recaen sobre cuatro magistrados referentes a las esterilizaciones realizadas en presos, así como en las condenas racistas que tales jueces dictaron. Los juicios de Nuremberg es un film de reconstrucción histórica, que evoca las mentalidades de la primera posguerra, desde la perspectiva judeo-norteamericana; y no la crónica del célebre proceso de Nuremberg, que se sucedió desde el 20 de noviembre de 1945 al 1 de octubre de 1946, celebrado contra los jerarcas del nazismo.
Los juicios de Nuremberg es un film de categoría realizada bastantes años después de aquellos procesos, que debate no tanto la culpabilidad de unos ex jueces nazis, sino las presiones ejercidas sobre un viejo magistrado liberal, en los inicios de la Guerra Fría, para que atenúe las sentencias de los acusados, pues Berlín estaba aislada por los soviéticos y los aliados necesitaban la colaboración del pueblo germano.
Es famoso el discurso del honesto juez Haywood (Tracy): "Crímenes y atrocidades no constituyen el punto más grave de los cargos formulados. Lo grave es el hecho de haber tomado parte en un sistema esencialmente inhumano".
Asimismo, el abogado defensor era un patriota, que sentía la necesidad de salvaguardar el prestigio moral de unos hombres, ahora procesados, a quienes los ciudadanos alemanes habían asignado la administración de la justicia durante el régimen hitleriano. Este personaje fue interpretado por Maximilian Shell, que ganó el Oscar de Hollywoow al mejor actor y también al mejor guión adaptado. Kramer reunió a un reparto antológico donde destacan Spencer Tracy, como Juez, Burt Lancaster, como ex juez nazi, Richard Widmark, como fiscal y Montgomery Clift, como un pobre deficiente mental esterilizado. También aparece Marlene Dietrich y Judy Garland.
La cinta es una sucesión de magníficas interpretaciones individuales, todas ellas, de actores consagrados, en la que pudieron lucirse prácticamente todos ellos. Pero especialmente Clift, que incluso parece ser, que improvisó frases a su papel, aunque se llegó a rumorear que en algunas ocasiones no podía recordar el diálogo y hubo de recibir ayuda de parte de Tracy. Ambos fueron nominados.
Se rodó entre enero y abril de 1961, con un presupuesto bastante estimable y con tres horas de metraje se fotografío en blanco y negro de la mano de Ernest Laszlo y Ernest Gold firmó la música. En Alemania se estrenó en diciembre de 1961, en el Konjgress Halle, a cuatro pasos del telón de acero. En España se exhibió por primera vez en 1962 y repuesta en 1980, bajo el ambiguo título de Vencedores o vencidos, con varios cortes de censura, abreviando la parte documental de los campos de exterminio y se cambiaron algunas expresiones comprometedoras.
¿Dónde se encuentran los límites del patriotismo debido, de la lealtad institucional, y dónde los de la pura humanidad? Esa es la pregunta que plantea Vencedores o vencidos, título sin duda imponente pero un tanto tendencioso que tapa el original que, sencilla y explícitamente, es El juicio de Nuremberg. Pues este episodio es el que aborda esta excelente película, que en mi opinión es uno de los mejores ejemplares de cine histórico realizado en Hollywood: porque, sin renunciar a la capacidad narrativa del buen cine comercial norteamericano, plantea una interesante mirada sobre el proceso a unas ideas, unos hombres y una época que nunca, por desgracia, perderán actualidad. Lo hizo, además, bajo una apasionante mezcla de cine-espectáculo y cine-documento, que comienza por una impresionante reunión de grandes estrellas de su época, cada una en un papel espléndido —¡aunque quien ganó el Oscar al Mejor Actor fue el menos conocido de todos, el joven actor austriaco Maximilian Schell!—, pero todos impecablemente sujetos a las necesidades de su personaje, que a unos los obliga a un lucimiento extravertido y a otros a una notable contención expresiva. Por encima de todo, Vencedores o vencidos es un buen ejemplo de ese concepto del cine que tuvieron cineastas como su gran impulsor, el productor y director Stanley Kramer, impulsados por un sentido de la responsabilidad moral que no tuvo por qué claudicar (casi) nunca al mero sermón para buenas conciencias.
Al parecer, Abby Mann, cotizado guionista televisivo, vio reclamada su atención por la noticia de que, a la altura de finales de los 50, prácticamente no quedaba en la cárcel ninguno de los condenados por los crímenes del régimen nazi en los famosos juicios de Nuremberg celebrados entre 1945 y 1949. Fue entonces cuando decidió escribir un libreto sobre el tema, que primero vio la luz en el medio televisivo para el que trabajaba, dentro del programa «Playhouse 90», en abril de 1959. El director del dramático fue George Roy Hill, futuro director de las dos celebradas gansadas de Paul Newman y Robert Redford Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1973). El ya anciano Claude Rains (el teniente Renault de Casablanca) interpretó el papel luego confiado a Spencer Tracy en la versión cinematográfica; a otro excelente veterano, Paul Lukas, le fue confiado el del juez alemán Janning, su doble moral. Hay que señalar que el reparto televisivo ya contaba con Maximilian Schell en el papel del abogado defensor Rolfe, que luego repetiría en cine (también el secundario Werner Klemperer, inolvidable rostro del despreciable Emil Hahn) con gran fortuna, al llevarse el Oscar a la Mejor Interpretación Masculina, siendo evidentemente el más desconocido de todo el estelar reparto reunido por Kramer.
Otro cartel de Vencedores o vencidosA la hora de afrontar su visión sobre el célebre juicio, Mann no se centró, sin embargo, en el primero y más espectacular de los procesos, que tuvo lugar contra los 24 jerarcas de mayor importancia que pudieron ser encontrados con vida (los más notables ausentes fueron los suicidados Hitler, Goebbels, Himmler y Bormann), sino en los en apariencia más secundarios. La historia de El juicio de Nuremberg se centra en los procesos contra las jerarquías menores, los funcionarios de élite que posibilitaron el triunfo del totalitarismo por su plena colaboración con los rectores del nacionalsocialismo. En concreto, el proceso que centra la película es contra los jueces del Tercer Reich. Mann, por ello, plantea un muy interesante problema moral: ¿es la misión de un juez limitarse a aplicar la ley vigente sin cuestionar su trasfondo ético? ¿O es deber suyo anteponer la Justicia abstracta al ordenamiento legal de ese país al cual ha jurado servir?
Con inteligencia, Mann centra toda la dramaturgia en torno a la confrontación moral entre dos magistrados. Uno es el anciano juez norteamericano que preside la causa, Dan Haywood. El otro es el principal acusado, Ernst Janning. Haywood, sencillo, campechano, reconoce la enorme relevancia de Janning, autor de obras consideradas como clásicos del Derecho, La actitud de éste durante el juicio (se resiste a aceptar la apasionada defensa de su abogado Rolfe y en todo momento permanece en el banquillo con la mirada baja, dominado por una digna reserva que contrasta con la actitud de sus tres compañeros —a quienes obviamente desprecia—, que no pueden evitar mostrar bien su resentida bajeza o su atónita estupidez) aumenta la enorme curiosidad que le produce un hombre en quien intuye una enorme superioridad tanto intelectual como moral.
Haywood asume su condición de mero profesional de la justicia, muy lejos de las alturas a las que se ha movido Janning: se reconoce en todo momento como un juez provinciano, que ni siquiera ejerce ya —fue derrotado en las últimas elecciones: que la judicatura pueda ser sometida a elección sorprende a la aristocrática viuda alemana con quien traba amistad (podríamos decir lo mismo del espectador español, claro…)— y que sabe que si se halla en tan prominente juicio es porque a nadie interesan ya esos procesos y todos los que estaban por encima de él en la lista de posibles rechazaron el honor. Significativamente, nos hallamos en vísperas de la crisis que dio comienzo a la guerra fría: el bloqueo soviético de Berlín, ante el cual las autoridades estadounidenses acaban por convencerse de que necesitan no a una Alemania completamente postrada sino a una Alemania convertida en poderosa aliada contra el comunismo.
Desde el primer momento hay que señalar que los dos mayores activos de Vencedores o vencidos radican en su excelente guión (tanto en su desarrollo como en los interrogantes éticos y morales que tan bien sabe levantar) y en su magnífico nivel interpretativo. Precisamente, es un acierto que esa confrontación entre los dos jueces, el que juzga y el que es juzgado, no se plantee en primer término sino que vaya surgiendo conforme avanza la historia, pero que empiece a levantarse a partir del similar estilo interpretativo de los dos actores, ambos extraordinarios, Spencer Tracy (Haywood) y Burt Lancaster(Janning).
Spencer Tracy como el juez HaywoodTracy, paradigma siempre de la naturalidad de los grandes de Hollywood, transmite desde su primera aparición, mientras observa con contenido dolor las desoladas ruinas de Nuremberg, la apacible sencillez que conforma su personalidad. La contención del actor sirve de modo magnífico a la propia contención del personaje, un hombre que en todo momento se hace preguntas, preguntas que indudablemente producen un desgarro en su bondadosa naturaleza. La más lacerante de ellas es: ¿cómo pudo el conjunto del pueblo alemán mirar para otro lado mientras se producían las atrocidades que día tras día se muestran en el juicio? Pregunta que se hace con más intensidad a medida que va conociendo a alemanes a quien en principio no duda en calificar de buenas personas (el matrimonio que atiende su casa o la viuda —de un general ejecutado durante uno de los primeros procesos—, por la que siente una indudable atracción, más admirativa que sentimental, eso sí: claro, es Marlene Dietrich).
¿Qué es ser una buena persona? O, más bien, ¿puede mantenerse la bondad en un mundo de perversidad sin verse contaminada? ¿O acaso, en el fondo, el ser humano sólo puede ser bueno cuando el mundo, la sociedad en que vive, también lo es: es decir, cuando esa bondad no es puesta a prueba? Preguntas que son fáciles de responder cuando no se ha tenido ocasión de ver probada nuestra capacidad de resistencia, claro.
La mirada de Tracy, su gesto severo pero nunca hosco, más bien triste, transmite de modo imborrable esas preguntas, esas reflexiones que son las que también se hace el espectador. A este respecto, hay un momento extraordinario, quizá el mejor en cuanto a sutileza, a ausencia de subrayados, del film: aquél en que los parroquianos de la taberna donde hablan la señora Berthold y Haywood empiezan a corear ruidosamente una canción, mientras éste último los mira con desconcierto, llevado de las reflexiones que acaban de provocar en su ánimo las palabras de la mujer sobre la ignorancia de los buenos alemanes sobre las atrocidades que cometían los nazis.
Un inolvidable Burt Lancaster como Ernst JanningFrente a él, Burt Lancaster ofrece el prodigio de una interpretación que le exige la más absoluta reserva, el más completo laconismo, durante la mayor parte del metraje. Y sin embargo, basta un mero movimiento de su cabeza —cuando la infeliz Irene Hoffmann/Judy Garland, a la que condenó por «corrupción racial», arruinando su vida, pasa dignamente a su lado y él, cuando ya lo ha rebasado, la sigue con la mirada, demostrando que sí está plenamente atento a ese proceso del que parece querer aislarse—, o la forma de esperar a que uno de los hombres abyectos con quien se avino a colaborar le deje pasar para recuperar su sitio en el banquillo; bastan, digo, para mostrar la enorme capacidad para expresar lo máximo con lo mínimo tan propia también de la gran escuela interpretativa del Hollywood clásico. Hay que recordar, eso sí, la versatilidad de un intérprete que supo ser sobrio y digno, pero también extravertido hasta el histrionismo sin dejar nunca de estar excelente (su inolvidable Elmer Gantry para El fuego y la palabra, por ejemplo).
Conforme avanza la acción, Janning va advirtiendo que bajo el aspecto sencillo y poco impresionante del veterano magistrado que preside su juicio se esconde un hombre primero con sobrada capacidad para dirigir unas sesiones tan complejas, en las que los estallidos de sentimientos son frecuentes, y después un verdadero juez de la naturaleza humana. Por ahí es por donde el espectador acaba recibiendo la respuesta de por qué un hombre digno y capacitado como Janning se avino a colaborar por el nazismo. Sí, sin duda hay lealtad y patriotismo, y el firme propósito de no abandonar su puesto para mitigar en lo posible las injusticias que el buen juez sabe que, con los nazis en el poder, van a caer sobre Alemania. Pero también hay vanidad. La vanidad del hombre que se sabe superior en todo a sus semejantes y que no se resignó a perder el papel principal al que estaba acostumbrado en la marcha de su país.
En la maravillosa escena final, ya concluido el juicio y condenado a prisión perpetua, Janning convoca a Haywood ante su presencia. Siempre modesto, el americano, pese a que está a punto de marchar al aeropuerto para coger el avión de regreso, acude a la celda del alemán. Janning le entrega un resumen de sus procesos, pero en realidad le ha hecho llamar para hacerle saber el respeto que siente por quien ha dictado sentencia condenatoria sobre él; es decir, el alemán no puede evitar hacerse señalar como un igualmoral ante ese hombre al que ha llegado a respetar (él, al que tan difícil le ha resultado a lo largo de su vida respetar a las medianías con quienes ha tenido la desgracia de convivir). Pero Janning comete un error al intentar, por única vez, una mínima justificación, exclamando que no podía imaginar el horror al que se llegaría. La respuesta del honesto Haywood es implacable: «Se llegó a eso la primera vez que usted condenó a muerte a alguien sabiendo que era inocente».
El abogado Rolfe y el fiscal Lawson, Maximilian Schell y Richard WidmarkAdemás de la contraposición entre Haywood y Janning, el guión de Mann ofrece otras dos. La primera, por supuesto, es la que tiene lugar entre los dos enemigos que disputan por Janning, el fiscal Lawson y el abogado Rolfe. Es muy significativo que, al igual que Lancaster y Tracy están unidos por una interpretación sobria y contenida, también Richard Widmark y Maximilian Schell aparecen igualados por un estilo que, eso sí, es mucho más expresivo e incluso histriónico, como se corresponde, según la tradición del cine norteamericano sobre juicios, con el aire de escenificación que poseen los duelos entre fiscal y abogado. Resulta llamativo, por otro lado, la forma en que guionista, director e intérpretes juegan con las expectativas del espectador a la hora de caracterizar a ambos.
Desde el primer momento, Rolfe hace las veces del personaje simpático: un hombre que sabe lo difícil, casi imposible, de su defensa, pero que está dispuesto a salvar, cuanto menos, la figura de un referente tan notorio como Janning para la Alemania que debe reconstruirse tras la guerra. Su juventud, su abnegación, incluso la mayor contención de Schell frente al mucho más excesivo Widmark, atraen sobre él esa simpatía que se le niega a Lawson, quien sin embargo es quien debería concitarla, por cuanto la Verdad (¿o no hay que escribirla con mayúsculas?) está de su lado. Lawson, bien al contrario, resulta más bien desagradable —en alguna ocasión, Kramer, un hombre por lo general poco sutil, carga las tintas en exceso, como en ese momento en que su mera presencia, encima embriagado, aleja de la reunión con los jueces a la señora Berthold— y en ningún momento consigue transmitir del todo la nobleza del firme defensor de la justicia que sin duda es, hasta el punto incluso de negarse a aceptar las componendas que le piden las altas esferasmilitares ante el estallido de la crisis de Berlín. La elección de Widmark ya era un indicio: el peso de los numerosos villanos que interpretó el actor sin duda se encuentra tras el personaje de Lawson, a quien desde el primer momento se le presenta como un hombre en exceso rígido (casi fundamentalista), pronto a los estallidos de histrionismo e incluso a la pura manipulación. ¿Hay que señalar que en algún momento —por ejemplo, ante las protestas desencajadas con que Rolfe recibe la proyección de las filmaciones tomadas en los campos de concentración— Widmark sonríe como un villain?
Otra contraposición indudable es la que tiene lugar entre los dos principales testigos de la acusación, el retrasado Petersen y la mujer condenada por tener (falsas) relaciones con un judío, Irene Hoffman. Ambos papeles, breves pero sin duda intensos, muy propicios para el lucimiento de sus intérpretes, fueron confiados, sin duda de modo muy consciente, a dos actores que ya se hallaban en decadencia, tanto profesional como físicamente. El patetismo que transmiten Montgomery Clift y Judy Garland a sus personajes sin duda nace de la propia condición patética de sí mismos, en un juego meta-dramático que resulta muy incómodo.
Montgomery Clift como PetersenAhora bien, Vencedores o vencidosno consigue ser la obra maestra que merecía, y sin duda eso se debe a la labor de dirección de su gran impulsor, el siempre bienintencionado pero poco dúctil Stanley Kramer. Es cierto que la realización de una película de juicios siempre es delicada, por el evidente riesgo de monotonía en la planificación (o de su contrario, el efectismo). La apuesta de Kramer se basa en el juego con los encuadres. Las escenas principales de interrogatorios o de exposición, bien del defensor o del fiscal, se desarrollan invariablemente bajo la misma fórmula: a partir del encuadre inicial del personaje, la cámara va efectuando un lento travelling en torno al actor hasta incluir en el plano la figura de otro personaje que tiene una importancia clave en ese momento (frecuentemente de Haywood o de Janning), utilizando por tanto una notable profundidad de campo que iguala el primer plano con el fondo del mismo.
 
El reencuadre, en otras ocasiones, tiene lugar utilizando el zoom, ya sea lenta o súbitamente, esto último en los momentos más efectistas (como en el juego de reencuadres entre Rolfe y el anciano juez Wick, cuya digna posición va minando aquél con sus reproches sobre la aquiescencia que incluso él tuvo con las autoridades nazis: la escena concluye con un abrupto zoom hacia Rolfe cuando éste acaba por hundir la seguridad del anciano). El recurso, en principio interesante, por desgracia acaba malgastándose por su abuso, hasta el punto de que acaba amenazando con distraer la atención del espectador interesado por la puesta en escena, que acaba más pendiente de ver dónde acabará el reencuadre que de atender a las palabras de los personajes.
Su director, Stanley Kramer es uno de los clásicos productores de Hollywood que se pasó después a la dirección, destacando con diversos filmes comprometidos como "Fugitivos (1958)" "Adivina quién viene esta noche (1967)" sobre la discriminación racial , "La hora final (1959)" acerca del peligro de guerra nuclear, o "La herencia del viento (1960)" sobre las teorías evolucionistas.
Vencedores o vencidos era la adaptación al cine en clave de superproducción para pantalla grande de una producción televisiva, Nuremberg (Judgement at Nuremberg), que dirigió en 1959 George Roy Hill, con Melvyn Douglas, Paul Lucas, Claude Rains y Maximilian Shell repitiendo el papel de Hans Rolfe. Por otra parte, antes de que la ficción cinematográfica se interesara por los hechos de Nuremberg, el cine documental ya se había ocupado del asunto con el film Nuremberg, dirigido en 1946 por Pare Lorentz, utilizando secuencias filmadas en el juicio real contra los criminales nazis.
Con todo, y pese al exceso de subrayados, Vencedores o vencidos sigue destacando como un dignísimo ejemplo de cine comprometido con la denuncia moral de la realidad histórica. Desde luego, no puede negarse la intensidad que transmite en sus mejores momentos: cómo olvidar ese fabuloso instante en que, ante la terrible presión que Rolfe está efectuando sobre la desgraciada Irene, Ernst Janning acaba incorporándose, en el fondo del plano, para gritar con severidad a su propio defensor: «¿Es que vamos a empezar de nuevo?». Pese a la cantidad de veces que he visto esta película, continúa emocionándome la dolida dignidad de Burt Lancaster al interrumpir a su abogado. A continuación, toda la declaración de Janning mantiene con el alma en tensión al espectador, tanto por la genial interpretación de Lancaster como por la estupenda declaración que el guionista Abby Mann pone en sus labios y que resulta estremecedoramente convincente desde el punto de vista del análisis socio-moral de aquel terrible momento histórico. Es por esos momentos, por las preguntas que levanta, por el dramatismo que despierta, por lo que Vencedores o vencidos sigue manteniendo su valiente pertinencia moral y cinematográfica.
DISFRUTAD !!!
Título original: Judgment at Nuremberg .

Director: Stanley Kramer.

Intérpretes: Spencer Tracy, Burt Lancaster, Richard Widmark, Marlene Dietrich, Maximilian Schell, Judy Garland, Montgomery Clift.